sábado, 31 de diciembre de 2011

Los Recortes Incrementarán La Producción Nacional De Egoísmo


Compartir es, probablemente, el verbo más difícil de conjugar. De manera natural, lo que nos sale es ser egoísta, pensar en nosotros o, como mucho, en los nuestros. Solo hay que ver los castañazos que se arrean unos a otros los niños pequeños en los parques públicos cuando uno ha cogido el juguete de otro y el dueño del juguete le suelta al ladrón un guantazo mientras le vocifera con lengua de trapo: “¡Mío! ¡Mío!”. Ésa es la condición natural de todos. Luego vienen la socialización, la educación, Epi y Blas, y uno aprende a relacionarse con los demás sin ponerse en primer término únicamente a sí mismo (y en segundo término, y en tercero). Pero el egoísmo sigue ahí, agazapado. No suprimido, solo anestesiado.

¿Y cuándo suele aflorar de nuevo el egoísmo de manera evidente?

En situaciones extremas. Sea un incendio, la cubierta del Titanic en pleno hundimiento, una larga época de hambruna o la visión de un inspector de Hacienda entrando en la oficina. En esas situaciones nadie conoce a nadie y el célebre grito “¡Sálvese quien pueda!” es toda una declaración de intenciones, el Capítulo 1, Artículo 1, de la Declaración Universal de los Derechos del Egoísta.

Y, lógicamente, el egoísmo aflora también en situaciones de crisis económica.

A quien está en paro, o ha perdido su casa, o ha tenido que reducir gastos, o se ha visto obligado a cambiar a sus hijos a un colegio más barato, o ha visto bajar su pensión, o ve cómo servicios que antes tenía gratuitos puede tener que empezar a pagarlos, o mira el futuro y solo ve una enorme nube negra, la idea de pensar en los demás le parece más bien lejana. Bastante tiene con pensar en sí mismo y preocuparse por cómo capear el temporal él y los suyos.

La crisis económica acentúa el egoísmo. Pero hay algo igual de importante en la creación del egoísmo. Y es que las soluciones que van a vendernos para paliar la crisis, lejos de mitigarlo, lo que van a hacer es acentuarlo más.

Ello se debe a una razón muy sencilla. Los gobernantes neoliberales que nos han propinado las urnas (Rajoy) tienen dos dogmas de fe. El primero es que lo público es ineficiente y lo privado es eficaz. Y el segundo, que la solución a la crisis pasa por gastar menos el Estado. (Da igual que los hechos no confirmen esos dogmas, son actos de fe ciega, como la que incomprensiblemente tienen sus fans por Justin Bieber). Y sobre esos dos dogmas van a construir una nueva sociedad. Una sociedad en la que el papel de lo público va a ser menor (en sanidad, educación, servicios públicos) y el papel de lo privado va a ser mayor.

Es decir, vamos a pasar de un Estado concebido como un lugar del interés público a uno en el que la variable fundamental va a ser la participación privada (si alguien encuentra exagerado este pronóstico, que mire lo que quiere hacer CiU con la Sanidad Pública catalana: dividirla en unidades cada una de las cuales, estableciendo acuerdos con empresas privadas, deberá tener como objetivo conseguir beneficios. No quisiera yo ser una viejita con una enfermedad crónica. Bueno, ni tampoco sin enfermedad crónica, la verdad).

Dicho de otro modo, vamos a pasar de un Estado (y una sociedad) concebido como una visión colectiva a uno concebido como una suma de individuos. Vamos a pasar del nosotros al yo.

Resulta ilustrativo mirar el ejemplo del lugar en el que esto se ha llevado al extremo. Estados Unidos, ese país en el que el Estado es poco menos que el demonio (bueno, no, es más que el demonio) para una gran parte de sus habitantes, que juzgan que el gobierno no debería hacer nada ni inmiscuirse en la libre vida de los ciudadanos. Un país en el que todo intento de participación estatal es percibida por muchos como una peligrosísima intromisión (y les dan ganas de coger armas para defenderse). Y en el que hay innumerables apóstoles de la fe ciega en el funcionamiento desregulado de la vida pública como un libre acuerdo entre sus actores (básicamente, las personas y las empresas privadas). Y en el que a Obama, por proponer subir impuestos a las rentas altas o intentar implementar una sanidad pública universal que no se acerca ni de lejos a la que tenemos en Europa, se le llama comunista y se le acusa de querer destruir Estados Unidos y de ser en realidad el Anticristo (no es una exageración: el 14% de los norteamericanos creen que Obama puede ser el Anticristo. Y, pasmémonos, si se pregunta solo a los republicanos, esa cifra asciende al 26%).

Estados Unidos es el país del yo. Es el país en el que la responsabilidad de lo que uno es, hace o consigue recae de manera filosófica únicamente sobre uno mismo.

En esa ética anglosajona, uno es lo que consigue o ha logrado hacer. Es tu problema si no puedes pagar a tus hijos una educación de calidad. O si no puedes pagarte una asistencia médica. O si no te has preocupado por generarte un patrimonio para poder vivir cuando te jubiles. O si no puedes pagarte un buen abogado en caso de tener algún problema legal (que se lo digan a los delincuentes que no han podido pagárselo. Bueno, no se lo pueden decir porque precisamente por eso muchos de ellos han acabado en la silla eléctrica)

Pues bien, nosotros vamos también camino de una sociedad del yo. De dejar atrás el nosotros que construye un Estado social para convertirnos en los innumerables yoes con los que se entienden las empresas privadas.

Y vamos camino de ese mundo del yo por la crisis económica y las penurias que vendrán con los recortes que nos van a vender como solución a esa crisis. Recortes que van a acentuar el egoísmo. Y todas las cosas malas que conlleva el egoísmo.

Cosas como el enfrentamiento con los otros (solo hay que oír a los políticos de unas comunidades autónomas embistiendo a los ciudadanos de otras con la alegría y vigor de auténticos Miuras). La rabia hacia los que uno intuye son competidores por un puesto de trabajo (los partidos xenófobos están cosechando votos sobre todo entre las clases españolas menos capacitadas profesionalmente, que son las que compiten con los inmigrantes por puestos de trabajo de baja cualificación). Los enfrentamientos verbales que se producen a veces entre funcionarios y trabajadores de empresa privada (estos últimos arguyen el sofisticado argumento de “ya que me fastidian a mí, fastídiate también tú”). La incipiente animadversión de los desfavorecidos hacia ese concepto abstracto que son las clases adineradas (y que no se producía cuando todo el mundo se ganaba bien la vida, del mismo modo en que en los equipos de fútbol nunca hay rencillas cuando se va ganando, solo cuando vienen las derrotas).

En síntesis, el enfrentamiento hacia los que tienen más que nosotros, o consideramos que están mejor que nosotros, o nos venden que se están aprovechando de nosotros.

La idea esencial de lo que creo que va a ocurrir la expresó mucho mejor que yo, hace ya 18 años, Rafael Sánchez Ferlosio en un poema:

Vendrán más años malos

y nos harán más ciegos.

Vendrán más años ciegos

y nos harán más malos.

La crisis y sus recortes van a traer penurias (más años malos) que van a hacer aflorar nuestro egoísmo y que solo miremos por nosotros (nos harán más ciegos). Y ese largo tiempo en que solo miraremos por nosotros (más años ciegos) va a acentuar nuestro alejamiento, rivalidad y enfrentamiento hacia los demás (nos harán más malos).

Hacia ahí nos van a llevar. Nos van a vender como solución a la crisis unas medidas de recortes que van a crear el caldo de cultivo perfecto para que aflore el egoísmo que todos llevamos dentro desde el jardín de infancia y nuestros primeros guantazos a los que cogían nuestros juguetes.

Que es, por cierto, el escenario preferido para cualquier político en el poder: que cada uno se preocupe solo por lo suyo.

Porque entonces, divididos en unidades y enfrentados unos con otros, resultamos más fáciles de gobernar.

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