sábado, 7 de noviembre de 2015

Creer En Superhéroes


Porque en el fondo, la vida siempre sigue. A pesar de las veces que llueva fuera, a pesar de las sonrisas que se rompan o de los sueños que queden sin lograr, la vida sigue y el tiempo se va.
Nos empeñamos en llenarnos los días de preguntas que sabemos perfectamente que no encontraremos respuesta fácil, y aunque la encontremos no nos servirá, seguiremos pidiendo más y más.
Que no nos damos cuenta pero estamos llenos de medias cosas, que nosotros mismos nos convencemos de que estamos vacíos y de que nos han de llenar. Un día llegué a pensar que era así, llegué a creer que nunca podría estar del todo lleno sin ayuda de alguien. Ahora, mientras escribo estas palabras, sin saber si alguien va a leerme, me doy cuenta que estamos lo vacíos que escogemos, y que realmente nadie nos ha de completar. Somos precisamente nosotros mismos los que sabemos aquello que nos crea sonrisas, somos nosotros mismos los que tenemos que lograr ser felices, no por nadie, ni para aparentar nada.
No creo en las cosas milagrosas y hace tiempo que perdí la esperanza en los cuentos de hadas. ¿Sabéis realmente en lo que creo? En las miradas de complicidad, en las caricias, en los amores a primera vista, en los suspiros que esconden una historia de amor o en las lagrimas que esconden dolor. Creo en la vida, pero sobretodo creo en quien nos la concede. Creo que nunca se es mayor para creer en superhéroes y yo lo sigo haciendo, pero no creo en esos que vuelan con capas y van salvando vidas, creo en aquellas mujeres que son capaces de crear vida dentro suyo durante nueve meses; creo en aquellas mujeres que después del dolor dicen: bienvenido al mundo hijo mío. Creo en esas mujeres que dedican hasta su último suspiro para hacer nacer una sonrisa en su ‘’pequeño’’, creo por encima de todo en la eterna complicidad.

Dedicado a mi madre, que además de haberme hecho crecer como persona, sigue dando por mi hasta su último suspiro. Te quiero ama.

viernes, 6 de noviembre de 2015

Emoción


He venido a describir la melodía que generan las lágrimas al mezclarse con las sonrisas, pues no todos los llantos son de pena, ni todas las risas de alegría. Quiero demostrarle al mundo que la emoción no es una palabra más, es un sentimiento que vuelve todo del revés, que te hace dudar. Os pido que imaginéis una música de fondo, un ambiente idealizado y una voz poética que complementen este mensaje. Tengo la intención de presentaros las letras y su magia, las palabras y su arte.

He bebido del licor de las sensaciones, y me he vuelto sensible a la sinceridad de los sentidos. Su sabor agridulce navega por mis venas como si de mi propia sangre se tratase, alimentando a mi corazón, dando vida a mis ensoñaciones. He encontrado restos de lágrimas en el cansancio de cuando planeaba el rescate de mi cordura entre los chismorreos del eco. He construido monumentos de seda sobre las hojas desprendidas de las ramas de mi memoria, y el viento del presente ha juntado mis recuerdos en un mogollón. He contado las maderas de la cabaña que mató aquel árbol, y he oído su venganza en el trueno que la vió caer. He bordeado la playa del amor, pronunciando cada ola con el silbido de un suspiro. Me he quedado quieto ante el diámetro de la soledad tras haberme perdido jugando a la verdad. He reído con el circo de la ignorancia en el que me peleé con la fuerza, y gané.

Ignoro si la música de fondo que os pedí ha sido triste o alegre, si el ambiente ha sido tranquilizador o melancólico y si la voz ha sido dulce o profunda, me contentaría con que mis palabras hayan creado una chispa de emoción en vuestra mirada. Si no es así, dilculpádme, ya mejoraré mis trucos de magia.

domingo, 12 de abril de 2015

Por La Inocencia


Hoy brilla el sol en lo alto, como incitándome a retomar una vida que había dejado estancada hace unos meses. Hoy la primavera corre por mis venas y me cosquillea en el pecho, así que me armo de valor y salgo a caminar.

Me siento como un ermitaño que, tras recluirse en su cabaña en medio de la nada, decide regresar al mundo y descubre, para su sorpresa, que muchas cosas son diferentes pero el cambio más grande ha tenido lugar dentro de sí mismo. Escojo un recorrido que me es profundamente familiar y añorado, porque de niño prácticamente no pasaba un día sin que mis pies hollaran este camino. Y echo a andar.

Al llegar a la cima de la colina me detengo, saboreando el aire puro y cálido que sopla, dejando que los rayos de sol me acaricien el rostro. Allí abajo veo mi casa, y una mirada al camino que he recorrido me hace recordar el ardor en los pulmones cuando, de pequeño, subía por allí en bicicleta. Siento una punzada de nostalgia. Sigo caminando.

Junto a la carretera, en las cunetas llenas de maleza, reconozco algunas flores y plantas. Ortigas, pitas, arguetas, flores de azúcar, campanillas del diablo, margaritas… Ni siquiera estoy seguro de que se llamen realmente así pero sé que, para el niño que fui, aquel era su nombre y para mí lo sigue siendo. Sonrío al pensar en los juegos infantiles (‘¿Gallo o gallina?’, preguntaba al deshojar las pitas para ver si se rompían o no, formando una “cresta”); en las margaritas martirizadas para saber si ella me quería; en las veces que degusté los pétalos de las flores de azúcar junto a mis amigos; en las hojas de argueta que, insistía mi abuela, eran comestibles aunque odiosamente ácidas. ¿No es maravilloso ese mundo puro y feliz de la infancia y los recuerdos que nos brinda aún pasados los años?

Vuelvo a casa, arrancando algunas de esas flores para hacer un ramillete con el que decorar la lápida de mi inocencia perdida, pero al llegar a mi cuarto cambio de idea. Las coloco en un jarrón, presidiendo la estancia: por feas y vulgares que parezcan, su colorido me anima. Si aún puedo sonreír por cosas como ésta, puedo dar fe de que la inocencia y las ganas de vivir siguen aquí conmigo, pese a todo.

sábado, 28 de marzo de 2015

Infancia


Cómo añoro la infancia. Esos tiempos en que reíamos por cualquier tontería; llorábamos por tener que terminar de comer; nuestra única meta era jugar; esa felicidad que sentíamos cuando nos compraban chuches; la falta de culpa; o simplemente esa inocencia.
Me gustaría coger esa felicidad y no soltarla nunca..
Echo de menos esos tiempos en que papá y mamá eran todo nuestro mundo, junto con ese parque del día a día, pero lo demás era tierra inexplorada. No sabíamos porqué, solo cómo.
No nos sentíamos mal, no pensábamos en las consecuencias, pero ibamos aprendiendo día a día, poco a poco..sin darnos cuenta nos hacíamos mayores, empezábamos a comprender y a enfrentarnos problemas..
Con el paso del tiempo se aprende de nuestros errores, que te hacen más fuerte, y de que no hay que tener prisa por crecer, porque no hay mayor regalo que el de la ignorancia..
A veces hubiera preferido seguir siendo ese niño pequeño..
Tan solo eso, pequeño.