domingo, 12 de abril de 2015

Por La Inocencia


Hoy brilla el sol en lo alto, como incitándome a retomar una vida que había dejado estancada hace unos meses. Hoy la primavera corre por mis venas y me cosquillea en el pecho, así que me armo de valor y salgo a caminar.

Me siento como un ermitaño que, tras recluirse en su cabaña en medio de la nada, decide regresar al mundo y descubre, para su sorpresa, que muchas cosas son diferentes pero el cambio más grande ha tenido lugar dentro de sí mismo. Escojo un recorrido que me es profundamente familiar y añorado, porque de niño prácticamente no pasaba un día sin que mis pies hollaran este camino. Y echo a andar.

Al llegar a la cima de la colina me detengo, saboreando el aire puro y cálido que sopla, dejando que los rayos de sol me acaricien el rostro. Allí abajo veo mi casa, y una mirada al camino que he recorrido me hace recordar el ardor en los pulmones cuando, de pequeño, subía por allí en bicicleta. Siento una punzada de nostalgia. Sigo caminando.

Junto a la carretera, en las cunetas llenas de maleza, reconozco algunas flores y plantas. Ortigas, pitas, arguetas, flores de azúcar, campanillas del diablo, margaritas… Ni siquiera estoy seguro de que se llamen realmente así pero sé que, para el niño que fui, aquel era su nombre y para mí lo sigue siendo. Sonrío al pensar en los juegos infantiles (‘¿Gallo o gallina?’, preguntaba al deshojar las pitas para ver si se rompían o no, formando una “cresta”); en las margaritas martirizadas para saber si ella me quería; en las veces que degusté los pétalos de las flores de azúcar junto a mis amigos; en las hojas de argueta que, insistía mi abuela, eran comestibles aunque odiosamente ácidas. ¿No es maravilloso ese mundo puro y feliz de la infancia y los recuerdos que nos brinda aún pasados los años?

Vuelvo a casa, arrancando algunas de esas flores para hacer un ramillete con el que decorar la lápida de mi inocencia perdida, pero al llegar a mi cuarto cambio de idea. Las coloco en un jarrón, presidiendo la estancia: por feas y vulgares que parezcan, su colorido me anima. Si aún puedo sonreír por cosas como ésta, puedo dar fe de que la inocencia y las ganas de vivir siguen aquí conmigo, pese a todo.

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